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martes, 17 de junio de 2014

Con piel de cristal

Foto: Marta Santos
Lo siento. No sabía que tu corazón fuera de cristal— me respondió, con la mirada extraviada en el horizonte.

No sólo mi corazón, todo mi cuerpo lo es. Pero tú no podías saberlo, así que no te preocupes. No importa— mentí, trazando círculos en la arena con el dedo.
Pensé que tu cuerpo era de algodón y plumas. A veces llevas algunas en la espalda. Ahora me miraba con curiosidad. Sus ojos tenían luz, a diferencia de aquella playa en la que sólo existían las tinieblas.
Hace mucho tiempo tenía alas. Pero nunca terminé de construirlas, así que me las arranqué. Si no me deshice de todas las plumas es porque, en el fondo, sigo queriendo volar.

Él no dijo nada. Se quedó en silencio, contemplando absorto las llamas crepitantes de la pequeña hoguera. A veces me daba la impresión de que él también se había arrancado sus alas.

¿Te gusta dibujar? — me preguntó, al cabo de un rato.
A mí sí, ¿y a ti?
Yo solía dibujar a la luna, pero ella se enfadaba y dejé de hacerlo.

Me ofreció una destellante sonrisa, que sentí como rota y vacía. Él era hermoso, aunque actuaba como si no se diera cuenta. Su piel reflejaba el océano, así que probablemente él también fuera de cristal.

¿Puedo cogerte la mano? — le pregunté con timidez.
Claro.

La tomé entre las mías y comencé a acariciarla. Era suave y cálida, a diferencia de la mía. Me entristeció darme cuenta de que él no era de cristal. Nunca podría quererme.

Tengo que marcharme— anunció, incómodo.
¿Tan pronto?

No me contestó. Se levantó y comenzó a caminar por la orilla, alejándose de mí entre la niebla. Quise llamarle, pero desistí al darme cuenta de que no tenía nombre. Entonces eché a correr tras él, pero tropecé con el viento. "Mierda, eres desquiciantemente torpe", pensé.

Me quedé atrapada en la playa para siempre, recordando sus ojos luminosos e inventándole absurdos nombres. Pero no me importa, porque sé que él existe.

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