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viernes, 28 de mayo de 2021

Antes de nacer hay que morir

 La muerte del Yo



El final se acercaba. Las fuerzas de la destrucción golpeaban su cara, deshaciéndola como polvo. Su identidad, todo lo que había sido, pensado y sentido hasta entonces, se desvanecía. Su vida se derretía, como mantequilla puesta al sol.




El dolor rugía contra su espalda, su cabeza, sus piernas, todo su cuerpo. Avisándola. "No queda mucho", gritaba el viento. Ella sonreía en su interior. Sentía sus células mezclarse con el aire. Cada átomo de su cuerpo se disipaba, entrelazándose con la atmósfera.

"Pronto volveré a ti", le cantó al sol. 

Esperó a la muerte, y le cantó una canción. Pero la muerte no obedecía. La muerte no está hecha para obedecer. Ella es libre de hacer lo que quiere. Así que se resignó. Esperó y esperó, escuchando las últimas notas de su propia música.

Luego se metió en casa, a seguir esperando. La niebla crecía; cada vez más grande. El umbral era claro, y sólo había que cruzarlo. Pero ella no podía hacerlo aposta. Tenía que ser la muerte quien la viniera a rescatar. "Cuando mi último aliento llegue, te contaré quién he sido en realidad" le confesó. Porque ella sabía que la muerte, aunque no viniera, la estaba escuchando.

Hizo sus maletas, mentalmente. Se despidió de todo y de todos lo mejor que pudo. Pasó el duelo para no tener que dejarlo para después. Así, cuando naciera otra vez, tendría los deberes hechos.

Sentía ilusión. Quería volver a ser parte del viento, a quien sentía como su amigo. El que le susurraba canciones. El que la acompañaba a todas horas, la inspiraba y nunca la dejaba sola. En su cuerpo no podía. Aún así, lo intentaba. Por eso dejaba que el silencio mezclara sus átomos con el viento. Y así, lo escuchaba.

Sabía que la despedida no era el final. Tan sólo la bienvenida. Sea lo que fuere que había detrás del umbral, estaba preparada para ello. Había estado preparándose toda su vida.

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