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lunes, 5 de septiembre de 2016

Cap lloc

Ningún lugar

Foto: Rafael Ribera Carballo
Volvía para casa.

Sin saber por qué, miró hacia atrás. Nadie le seguía.

El sudor de su frente volvió a aparecer, inflexible. Había pasado demasiado tiempo refugiado en la protección de una biblioteca, y ahora el miedo al mundo lo atenazaba.

No se acordaba de cómo eran los seres humanos.

En su infancia había visto algunos, y creía recordar que estaban dotados de brazos, y de piernas. Y en la mitad de su cabeza tenían ojos. Dos ojos, que siempre lo miraban, pero casi nunca con amor. A veces con frustración, en ocasiones con altanería, algún que otro momento con indiferencia. Pero nunca con amor. Esa calidez confortable solo existía arriba, en el mundo de los sueños y en el de Lo que Realmente Existe.

Cruzó la desértica calle.
En aquel mundo apocalíptico, el único transeúnte que producía sonido al arrastrar los pies sobre la acera, era él mismo. Y las ramas de los árboles murmuraban para acompañarlo, y para que no se sintiese solo.

Pero allí, en realidad, no había nadie.
Solamente estaba él, hasta el día en que descubriese que alguien más había sobrevivido al Gran Silencio.

Entonces se reencontraría con un ser humano, después de tantos años, y ya no sabría cómo comunicarse con él. Se había olvidado.

Tenía la sensación de que tenía que articular algún tipo de sonido, pero no estaba seguro. Al tiempo que meditaba en ello, su miedo se fue transformando en curiosidad. Quería conocer a alguien, hacía mucho tiempo que no sabía cómo era la sensación de mirar frente a frente a un ser como tú mismo.

Acariciaba con los ojos a los pequeños ratones, a los saltamontes, a las arañas. A todo aquel ser que se movía y que tenía vida propia, pero ellos no le respondían. Él se acordaba de que los seres humanos solían hacerlo. Eso era lo que le gustaba de ellos.

Que reaccionaban de un modo imprevisible. Nunca sabías si te iban a atacar, o si se iban a mostrar dóciles y sumisos, o si optaban por una reacción completamente distinta a las dos anteriores. Eso era lo que temía de ellos.

Él negó con la cabeza. No, no quería volver a ver a un ser humano. Pensar profundamente en ellos le había hecho volver a sentir miedo, y no le gustaba.

Aceleró el paso. Se sintió bien, y lo aceleró entonces un poco más. Terminó corriendo, para sentir el aire contra su pecho.


Definitivamente, se sentía bien. Y no quería volver a ver a un ser humano.

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