El
relato de hoy es una colaboración de Yerai Feijoo.
Nunca
nada lo ha sido para mí. Una noche más, tumbada boca arriba en la
cama, con los ojos abiertos como platos. No es que me preocupara
demasiado no poder conciliar el sueño, pues era algo a lo que ya me
había acostumbrado. Más bien me preocupaba que todo me preocupara.
Cuando
era pequeña, mi padre y madre se separaron. No fue un divorcio fácil
y yo tan solo tenía cuatro años. Mi madre lo pasó mal y yo pude
sentir cómo se sentía ella misma, pese a haber sido tan pequeña.
Recuerdo perfectamente aquellos días.
“Mis
padres discutían a menudo, tarde o temprano tendría que pasar. Mi
padre, al parecer, se fue con otra mujer. Mi madre tardó mucho más
en reconstruir su vida. Por suerte, el piso estaba a nombre de mi
madre, pero el coche se lo llevó él. Si lo piensas, habíamos
salido ganando al menos en cuanto a bienes materiales se refiere. En
cuanto a daños sentimentales, probablemente mamá lo haya pasado
peor.
Pasaron
tres años, y me enteré de que mi madre se estaba viendo con un
hombre. De alguna manera, había vuelto a recuperar su sincera
sonrisa y parecía volver a ser la misma que era. Podía notar cómo
su actitud y su estado cambiaban enormemente para bien. La relación
les iba viento en popa y a los pocos meses el nuevo amor de mi madre
se asentó en nuestro piso. Y no venía precisamente sólo. Tenía un
hijo de la misma edad que yo. Su nombre era Eduardo.
Le
odiaba. Era un criajo estúpido, repelente y malcriado al que le
encantaba picarme y vaya si lo conseguía. Muchas veces me enfadaba
con él e intentaba pegarle, pero él o bien se escapaba o conseguía
hacerme rabiar más, y entonces la que acababa llorando era yo.
Teníamos también algunos días buenos en los que nos llevábamos
más o menos bien, pero tarde o temprano teníamos que enfadarnos y
discutir, y normalmente él llevaba las de ganar. Harta de esta
situación, le dije a mi madre que su nuevo novio no me gustaba, con
el lenguaje que puede tener una niña pequeña de siete años, pero
mi madre enseguida notó la verdadera razón por la que le decía
eso. No soportaba a Eduardo. Mi madre me prometió que hablarían
ella y su nuevo novio con Eduardo y que intentarían que se portara
mejor conmigo.
Parece
que la charla dio sus resultados. O más bien, dio algunos
resultados. El chico seguía metiéndose conmigo, sin embargo lo
hacía en menos ocasiones e incluso a veces me pedía un, no muy
sincero, perdón. Un pequeño capullo, que se suele decir. Un pequeño
capullo al que le estaba empezando a coger cariño de aquella manera.
Los
años pasaron y la relación entre nosotros seguía con sus
constantes tira y aflojas. Eduardo iba a un colegio y yo iba a otro
completamente distinto. En ese sentido, cada uno tenía su vida
formada y sólo nos veíamos en casa y poco más. Cada uno con sus
amigos y su propia vida.
Fue
entonces cuando empecé a oír hablar un poco de uno de los mejores
amigos de Edu, un tal Pablo. Por lo poco que hablaba Eduardo, parecía
que se llevaban muy bien y de vez en cuando venían a casa a jugar a
la consola. Mis amigas y yo, en cambio, preferíamos salir a dar una
vuelta y cotillear un poco. Más o menos lo que hacen las chicas a
esa edad.
Cuando
llegamos a 4º de E.S.O, nuestras riñas infantiles fueron
desapareciendo dejando paso a los típicos piques entre hermanos.
Bueno, hermanastros. Que si ahora me tocaba a mí ducharme, que si
Eduardo ha cambiado el canal de la tele, que si Noelia ocupa todo el
sofá… las típicas riñas entre hermanos.
Por
aquel entonces, yo había empezado a salir con un chico de mi clase
llamado Javier. No nos iba nada mal, pese a que mis amigas en el
colegio me decían que era un macarra y no era buena compañía. Yo
me preguntaba cuán macarra podía ser un niñato de 4º de la ESO, y
pasé un poco de los consejos de mis amigos.
No
tardé en aprender que tenían razón. Javier me hacía regalitos, me
invitaba al cine y fingía que le importaba, cuando lo único que le
importaba en este mundo era perder su virginidad, y yo era lo que
tenía más a mano. Poco después me enteré de que lo realmente
había hecho Javier era una apuesta con sus amigos para ver quien
perdía antes la virginidad. Despreciable. Pero me di cuenta tarde.
Una
noche, fingiendo cortesía y amabilidad, Javi me acompañó hasta el
portal de casa. Era tarde y ya apenas había gente por la calle.
Javier me cogió del brazo y yo, ingenua de mi, creí que estaba
siendo romántico. No. Forzó mi brazo contra la pared e hizo lo
propio con el otro. Empezó a besarme ferozmente y yo luchaba por
apartarle la cara. Incluso empezó a manosearme groseramente. No
podía gritar, pues tampoco me apetecía que todo el vecindario
supiera qué pasaba, así que forcejeaba e intentaba empujarlo, pero
su fuerza me podía. Por suerte, e inesperadamente, algo golpeó a
Javier por la espalda. Cuando Javier se cayó al suelo, lastimado,
pude ver que se trataba de Edu. A continuación, cogió a Javier, que
apenas podía erguirse, y le echó fuera del portal, cuando éste ya
se sostenía en pie. Quería agradecerle a Edu lo que había hecho,
pero me cortó con un lacónico:
—No
me des las gracias.
Cuando
estaba subiendo la escalera a casa, añadió:
—Y
ten cuidado con qué clase de tíos te juntas, que pareces tonta.
¿He
dicho que ya no lo odiaba tanto? Lo corrijo. A veces era odioso. Era
como volver al pasado y reencontrarse con aquel niño asqueroso y
repelente que me sacaba de mis casillas. Sí, me había ayudado, pero
no entendía sus comentarios.
Al
día siguiente corté con Javier. No pareció importarle mucho, pero
al menos sé que no consiguió su desagradable objetivo.
Al
cabo de unos meses, las malas noticias volvieron a casa. La boda
entre mi madre y su nuevo compañero sentimental se acercaba. A mi
madre le había costado mucho tomar la decisión de volver a casarse,
dado el fracaso que supuso su anterior matrimonio, pero finalmente se
había convencido y estaba dispuesta a dar ese importante paso.
Días
antes de la boda, al compañero de mi madre le diagnosticaron cáncer.
Era demasiado tarde, y murió. Sumida en la tristeza nuevamente, mi
madre cayó en la depresión. Yo intenté apoyarla en todo lo que
pude. Ella iba al psicólogo, yo intentaba ser fuerte y luchar por
las dos, al fin y al cabo ya era mayorcita para entender estas
situaciones. He de confesar que me habría resultado imposible
aguantar todo sin la ayuda de Edu. Nos apoyó a las dos, pese a que
era él el que peor lo estaba pasado. Su padre había muerto, y aun
así no sé de donde sacaba las fuerzas para darnos apoyo a mi madre
y a mí. Quizá…no era tan insoportable como parecía.
Una
noche, en que la situación me sobrepasó, tuve una interesante
charla con Edu. Sentada en mi cama, mirando al suelo con la mirada
perdida, Edu se acercó a mi cuarto y me preguntó qué me pasaba. Yo
le dije que mi vida era un caos. Los tíos guarros se acercaban a mí,
mi madre siempre recibía palos con los hombres, sea de una forma u
otra… Le conté lo del divorcio de mis padres y todo. Él me
tranquilizo, me abrazó. Me dio todo su apoyo. Es algo por lo que
nunca le estaré lo suficientemente agradecida. Puede que fuera mi
hermanastro, pero para mí eso solo era una palabreja, yo le quería
como a un hermano. O quizá como más que a un hermano.
Cuando
terminé mis estudios en la ESO, le propuse a mi madre cambiarme de
colegio. Me confesó que ella también se estaba planteando esa
posibilidad. Estaba pensando en inscribirme en el mismo colegio que
Edu. Al fin y al cabo, ya nada me ataba a mi anterior colegio, sólo
un ex novio cabrón. En cambio, mi mejor amiga permanecía en ese
colegio, y eso sí que me dolía. Le prometí que seguiríamos
quedando y viéndonos. Al fin y al cabo, no me iba de la ciudad ni
nada. Tan sólo me cambiaba de colegio. Eduardo recibió la noticia
con alegría y yo me sentía mucho más aliviada. Sabía que podía
contar con él y tenerlo en el colegio era un seguro a todo riesgo.
Pocos
días después de ingresar en mi nuevo centro escolar, me enteré de
que Edu se estaba viendo con una chica. A decir verdad, no sólo se
estaban viendo, sino que en los recreos estaban muy acaramelados,
juntitos y besándose. Por alguna razón, no me gustaba nada la chica
con la que iba Edu. No eran exactamente celos. Simplemente esa chica
me daba mala espina.
Esa
misma tarde, quedé con mi mejor amiga (al fin y al cabo cumplía mis
promesas) y dimos una vuelta para contarnos las últimas noticias.
Ella me contó que mi ex ya estaba otra vez con otra pobre incauta.
Yo le dije que en mi nuevo colegio todo estaba bien por el momento y
le conté lo del noviazgo de Edu.
—¿Tu
hermano sale con una tía?—preguntó, curiosa.
—¡No
es mi hermano! ¡Hermanastro, hermanastro!—corregí ya, harta de
tener que hacer esa puntualización.
—Lo
que sea, Noe. ¿Tiene novia?
—Eso
parece. Al menos en los recreos se les ve muy apegados.
—Y
a ti eso te jode, claro.
—No
me jode solo por el hecho en sí, sino porque creo que la chica con
la que está no es una buena persona.
—¿Te
has dado cuenta de lo que has dicho, Noe? “No me jode sólo por el
hecho en sí…”—repitió recalcando la palabra sólo.
—Vale…lo
admito…puede que sienta algo por Edu.
Mi
amiga empezó a sonreír pícaramente. Bajé la cabeza, roja como un
tomate.
Cuando
llegamos al centro comercial, vimos a una chica que a mí
particularmente me sonaba mucho. Y estaba jugueteando con un chico, y
no precisamente al escondite. La chica era la supuesta novia de Edu.
El chico iba en mi clase, pero no recordaba su nombre. Le dije a mi
amiga que esa era la novia de Edu y ella rápidamente dijo:
—Vaya,
vaya….interesante. Espera que saque el móvil.
—¿Vas
a sacarles una foto?
—¡Claro,
tonta! Así, si Edu no se cree que su querida amada es una guarra del
tres al cuarto, tendrás una prueba.
Callé.
Tenía razón. Sacó la foto y decidimos alejarnos del centro
comercial.
No
pude esperar ni veinticuatro horas. Esa misma noche, en cuanto Edu
llegó a casa tras haber estado con su novia, le dije que tenía que
hablar con él.
Fuimos
a su cuarto, y a decir verdad, apenas hablé. Simplemente dejé el
móvil tirado en la cama, con la foto puesta. Me apoyé contra la
pared y le dije:
—Ten
cuidado con que clase de tías te juntas, que pareces tonto.
Sin
más, me fui de su cuarto. Dejé que él mismo se diera cuenta de las
evidencias. No tardó en venir a mi cuarto a contarme qué había
pasado. Le expliqué que la habíamos visto en el centro comercial y
que le habíamos sacado la foto para que vieras con que clase de
gente se arrejuntaba. Me dio las gracias y me dijo que estábamos
empatados.
—La
verdad es que no somos muy buenos en las relaciones, ¿eh?
Se
rió.
—No,
deberían darnos un cursillo acelerado.
—O
quizá es que la persona con la que deberías estar está tan cerca
que te cuesta verla.—dije, cabizbaja.
Eduardo
no dijo nada. Y antes de que pudiera articular palabra, le dije:
—Edu,
desde hace tiempo…
—¡No
acabes la frase, Noelia!—me interrumpió.
—Pero…
—¡Que
no, joder!
—¿Qué
te pasa? ¿Por qué?
—¡Somos
hermanos!
—¡Que
somos hermanastros, leches! ¡No hay vínculos de sangre!
—Me
dan igual los vínculos, Noe. Yo a ti te veo como una hermana a la
que adoro, pero simplemente una hermana. No tengo atracción física
por ti. Puede que no haya vínculos sanguíneos, pero sí
emocionales, y muy fuertes.
—Es
decir…—empecé a hablar, cortada, llegando por mí misma a una
clara y desafortunada conclusión.
—Es
decir, que sólo eso. Hermanos. Nada más.
Tras
esas palabras, se marchó de mi cuarto. No sabría decir porqué,
pero no le veía muy convencido de lo que decía.
Pese
a todo, Edu se siguió portando igual de bien conmigo. Hacíamos
coñas, reíamos, quedábamos con sus amigos, que me caían muy bien,
y nos divertíamos mucho. A veces incluso se venía mi mejor amiga
con nosotros.
Pero
en el fondo de mi alma, no podía evitar pensar que el chico de mi
vida se me había escapado por un estúpido vínculo no sanguíneo,
llamado “cariño de hermano”. O, mejor dicho, “cariño de
hermanastro”.
No
iba a olvidarle fácilmente, ni quería. Y es difícil olvidar a
alguien cuando lo tienes en casa todo el día y convives con él. El
curso avanzó y, días después, ocurrió el accidente. El resto,
como se suele decir, es historia.”
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