Marta Santos. Serie "Fdo.: Tu muñeca", 2010. Acrílico sobre tabla, 50 x 50 cm |
“Aquí
no arreglamos muñecas, sólo las fabricamos. Lo siento.”
Y
los ojos pequeños y redondeados de aquel hombre me miraron con
compasión, sin decidirse a decirme que me fuera. Yo me di la vuelta
y desaparecí por entre aquellos deformes monstruos de metal, sin
mirar atrás, para que no me viera llorar. Era la quinta fábrica de
juguetes que visitaba, y allí tampoco podían ayudarme. También
había probado suerte en jugueterías.
“Aquí
no arreglamos muñecas, sólo las vendemos. Lo siento”
Estaba
claro. Las muñecas se hacen para jugar con ellas, y cuando se rompen
y ya no juegan bien, se tiran a la basura para comprar otras nuevas.
Es el destino. No hay manera de cambiarlo. Así que traté de volver
a casa, por si aún había alguna otra solución. Tambaleándome
ligeramente, atravesé las calles que me separaban de ti. Ignoré las
miradas curiosas de la gente y traté de que el pelo ocultara mi
rostro lloroso lo más posible (incluso yo puedo tener vergüenza,
¿sabes?). Tardé tres días en llegar. Andaba muy despacio por culpa
de mi pierna rota, que me hacía tropezar de vez en cuando. Como me
faltaba el brazo derecho, no podía parar el golpe cuando me caía, y
las grises y frías aceras de la ciudad se clavaron incontables veces
en mis mejillas, obligándome a detenerme de nuevo. Una y otra vez.
Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez.
Pero
al final llegué. Sucia y destrozada me planté ante la puerta de mi
hogar. Ante tu puerta. El único sitio del mundo donde todavía,
pensé, hay alguien que tendrá interés por arreglarme. Cansada y
esperanzada, esperé un rato a que se me secasen las lágrimas. No
quería que me vieras así. Entonces, apreté nuestro timbre con uno
de los dedos que todavía quedaban en mi mano izquierda.
Y
me abrió tu nueva muñeca.
¿Por
qué?
¿Por
qué me has hecho esto? ¿Por qué me has cambiado?
No
fui capaz de decirle nada. Ella me miró, con ojos de lástima, y me
preguntó si quería una sopa. Yo le dije que no hacía falta. Las
muñecas no comemos. Entonces ella, después de un rato dubitativa,
terminó por cerrar la puerta. Y yo me senté en esta escalera, a
pensar.
Está
claro que ya no te gusto. Mejor dicho, está claro que nunca te he
gustado. Si no, no me hubieras empezado a romper. O al menos, habrías
parado de romperme en algún momento. Pero yo aún tenía una
esperanza. Creí que si me mandaste a buscar arreglo, era porque
querías que volviera. De hecho, lo hice, porque pensé que si nadie
lograba arreglarme, tú lo intentarías. Pero a ti te daba igual. Sólo
me quisiste para destrozarme. Muy bien, lo has hecho. Ahora ya no
tengo otra opción. Separaré mi cabeza de plástico de mi cuerpo, me
meteré en un contenedor con ella en el regazo, y me dormiré para
siempre. Pero antes de eso, voy a meter esta carta en tu buzón.
Quiero que sepas que yo a ti sí que te he querido siempre, y lo
seguiré haciendo hasta el momento en que baje la tapa de ese
contenedor. Sólo espero que esta carta sirva para que algún día te
acuerdes de mí.
Fdo.:
Tu
muñeca.
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