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jueves, 30 de diciembre de 2021

La capacidad humana para hacer frente a lo peor

 

Últimamente, pienso mucho en la muerte. En su significado profundo. En un Universo infinito y estable donde la energía no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma, está claro que la muerte no es el final, sino un principio de otra cosa. Una transformación profunda. Una película que se acaba para apagar la pantalla del televisor y continuar con lo que tenías pendiente, o empezar a hacer alguna otra cosa.

La muerte, como tal, siendo trascendencia.

Con este marco de referencia, está claro que cualquier cosa que te pase en la vida, por muy mala que sea, es sólo temporal. La mayor parte de personas que relatan ECM, Experiencias Cercanas a la Muerte, en las que se encontraron clínicamente muertos y confiesan haberse salido de su cuerpo, cuentan haberse sentido muy bien. Una paz, una armonía, un amor incondicional que es difícil de encontrar en este mundo.

Personalmente, nunca he estado clínicamente muerta. Pero sí una vez tuve un sueño, que para mí fue más real que la vida cotidiana. Allí no tenía cuerpo, estaba flotando en un mar, rodeada de otros seres como yo, que eran capaces de sentir lo que yo sentía y transmitirme ellos sus sentimientos de manera más que telepática, casi tangible. Me sentí muy ligera allí. Y, cuando desperté en mi cama, empecé a sentirme mucho más pesada. Sentía como si la realidad cotidiana se volviera pesada, muy rígida, casi como una cárcel. No me gustó nada volver a mi cuerpo. Y esto coincide con muchas personas que han relatado no querer volver después de haber estado muertos. Pero algún asunto pendiente los hacía regresar.

Los sueños son como la muerte, porque también te separas de la carga de tu cuerpo. La diferencia es que cuando sueñas siempre regresas, y con la muerte no. El que olvidemos la mayoría de nuestros sueños me hace pensar que la verdadera realidad es esa, mucho más inmensa, y que la vida aquí es el auténtico sueño, la mentira.

Independientemente de todo esto, tenemos que vivir nuestra vida aquí. Sabiendo que algún día se acabará, y trascenderemos a esa otra realidad. Pero eso hace que veamos todo desde un punto de vista mucho más relativo.

Es verdad que hay situaciones muy duras, y que lo pasas muy mal. Cuando todo se vuelve en tu contra, y estás en completa soledad, y no tienes nada ni nadie a quien recurrir. En situaciones extremas, es cuando pasan cosas maravillosas. Por ejemplo, relatos de personas que, al ver a algún familiar a punto de ser aplastado por un automóvil o un tractor, son capaces de levantarlo con la sola fuerza de sus brazos. Personas que nunca antes habían tenido esa fuerza, ni la volvieron a tener después, y que tuvieron que pasar una temporada de rehabilitación en el hospital después de eso por haberse roto alguna costilla. Pero la cuestión es que... Lo hicieron. En ese momento, algo las empujó.

O víctimas de abuso sexual y tortura, que relatan cómo en ese momento dejan de sentir físicamente su cuerpo. Como si su conciencia, su alma, lo que ellas realmente son, decidiera hasta qué punto sientes dolor y hasta qué punto dejas de sentirlo.

La verdad, es que todos tenemos problemas. En ocasiones, son problemas muy gordos. Pero después de hacerles frente, cuando pasa ese momento del problema (porque todo es temporal), entonces te das cuenta de que eras más fuerte que eso. Siempre ocurre. El momento de desesperación, y luego... La calma. Como una energía que entra a poner todo en equilibrio. Incluso si todo falla. Incluso si no puedes confiar en nada ni en nadie... Puedes confiar en ti. Puedes confiar en tu propia alma, que le pondrá límite al dolor o a la intensidad de las pruebas a las que te veas sometida. Puedes confiar en que todo volverá a un equilibrio, después del huracán. Incluso si vives una vida llena de turbulencias, habrá momentos de calma, y toda esa vida la trascenderás cuando te mueras.

Pienso mucho en personas que vivieron vidas extremas. Como Anneke Lucas, víctima de repetidas violaciones cuando niña y torturada durante horas, casi al borde de la muerte. Pienso en Ortega Lara, funcionario de prisiones que pasó un año secuestrado en un zulo por una banda terrorista. En Marcos Pantoja, maltratado durante su infancia y abandonado en el monte a los cinco años, sobreviviendo tan solo en compañía de lobos. Esas experiencia marcaron sus vidas, pero no fueron sus vidas enteras. 

Llegó un punto en el que la esclavitud sexual, el secuestro o el abandono llegaron a su fin, y los tres rehicieron sus vidas de una manera diferente.

Todo dolor, todo sufrimiento, toda circunstancia traumática tiene un final.

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