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lunes, 10 de noviembre de 2014

Cenizas

Ilustración: Marta Santos
Es como hacer nacer algo de la ceniza. Es como tratar de obtener vida humana a partir de unas cuantas partículas subatómicas. Ves la pequeña cabecita formándose, y te preguntas qué saldrá de ahí. Es un embrión, no hay duda. El funcionamiento de sus órganos parece casi automático. Se mueve, como impulsado por pequeños resortes mecánicos. Parece tan indefenso, en su charco de fango. Alguien debería sacarlo de ahí. Todos podrían hacerlo, pero pasan por su lado mirándolo apenas de reojo, sintiendo un poco de lástima en sus corazones que sacuden luego con unas palmaditas. Nadie quiere mancharse las manos por un pequeño embrión mecánico. Parece que se ahoga. Es como si no pudiera respirar, y tose. Sus colapsos respiratorios apenas se diferencian del tic-tac de un reloj de bolsillo.

Es la vida que nunca llegará a latir, el hijo de la inexistencia. Ha sido creado, pero no nacerá nunca. Los ojos invisibles de las estrellas lo contemplan a través del velo de la noche. Contienen la respiración, como si quisieran acompañarlo en sus últimos estertores. La sinrazón ha vuelto a vencer. “No puede existir aquello que nunca ha sido amado”, se escucha tras los árboles del bosque. Parece que hay alguien que se ríe amargamente, mientras la lluvia termina de acariciar las hojas muertas de los caminos.

Cuando salga el sol, todo volverá a empezar. Un embrión surgirá otra vez del fango, y nadie se inclinará para acunarlo. Resortes mecánicos funcionarán durante algunos minutos para luego callarse con los últimos bostezos del sol. Es como si las personas no tuvieran sentimientos. Es como si fueran sólo sombras, siluetas que vienen y van por las calles y senderos, afanadas como hormigas en quehaceres tan intrascendentales como cortas son sus vidas. Es como si las personas no fueran humanas.

¿Habrá alguien en este mundo que lo sea?

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