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lunes, 3 de noviembre de 2014

Heredera de Selene

Imagen: Marta Santos
Su transparencia nívea la estremeció. Aquel hombre no tendría más de veinticinco años. Era alto, y delgado. Muy elegante. Frío como el hielo. Sus largos cabellos dorados bailaban con el viento nocturno y parecían atraerla en una enigmática danza. Kalmir se acercó cautelosamente, le tomó la mano y se la besó, en un gesto de cortesía embotellada. Luego se arrodilló a sus pies y comenzó a llorar. Entonces él, desde su majestuoso fulgor celestial, enjugó sus lágrimas con el dedo índice y sujetó su barbilla para levantarle el rostro delicadamente.

No llores, preciosa chiquilla. Tus plegarias ha mucho tiempo que fueron escuchadas. Sólo es cuestión del destino que se te conceda lo que has pedido.

¿Y, cómo es el destino? — sollozó Kalmir.

Él es justo, y bueno. Siempre endulza el corazón de las personas para que éste sea capaz de alcanzar la felicidad. Pero, en ocasiones, algunas almas se quedan atrapadas en las tormentas huracanadas—. Hizo una pausa silenciosa, la aflicción empañaba su suave rostro—. El destino contra eso no puede hacer nada.

¿Y a mí, podrá ayudarme? — interrogó la chica, todavía en cuclillas, sujetándole un extremo del solemne abrigo negro.

Yo no tengo la respuesta. Cambiar la naturaleza es un acto de profanación contra Dios. Sólo puede hacerse bajo una causa sobradamente justificada.

¡Y la hay! — se desesperó Kalmir—. Selene me odia. Ya no puedo seguir portando su pesado manto plateado. Quiero dejar de brillar en el firmamento. Quiero ser humana.

Eso no depende de mí, hija de la luna—. El hombre comenzó a alejarse, marcando la nieve con delicadas pisadas.

¡Espera! — gritó la muchacha. Él se volvió. Su rostro comenzaba a desprender una luz cegadora, y su cuerpo se mimetizaba cada vez más con el manto blanco y gélido que cubría el suelo.

Dime, hermosa dama.

Cuando sea humana, ¿podré entonces amar a los ángeles?

Él exhaló una cálida y envolvente sonrisa.

No lo sé, mi vida, no lo sé.

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