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lunes, 2 de febrero de 2015

El colgante. Eslabón 3

Foto: Marta Santos
Armando volvió con un jarrón lleno de agua y escarcha en el pelo. Como detalle sin importancia añadiré también que volvía a vestir su sonrisa esponjosa de siempre. Antes de entrar en el salón donde reposaba Sonia, entró sigilosamente en la cocina y vertió sigilosamente el agua en un vaso sigiloso. Cuando atravesó el umbral de la puerta del salón, los ojos cerilla de Sonia lo escrutaban con desagrado.

Te vas a acatarrar.

No creas que es la primera vez que doy un paseo a pelo bajo la nieve — contestó, ofreciéndole el vaso con una mano paternal.

Si la idea de que me quede contigo a vivir aún no ha abandonado tu mente, deberás acostumbrarte a cuidarte un poco más.

La reprimenda de Sonia sonó dulce, como un murmullo de pétalos de rosa cayendo. Armando disfrutó esa sensación y la paladeó como si se tratase del mejor caviar del mundo, mientras ella acercaba sus delicados labios al vaso sigiloso.

Tranquila, lo haré—. El pescadero esperó a que la mujer terminase de saciar su sed para sujetar delicadamente sus manos y mirarla otra vez a sus incendiarios ojos.

Me gustaría que me contaras quién eres, cuáles son tus sueños y por qué has accedido a seguirme.

Para ti seré Sonia — respondió, con una seriedad que encogía el alma—. Mi sueño era el bosque donde solía esconderme a leer, pero lo he dejado por ti. He accedido a seguirte porque eres el único habitante de este pueblo que tiene un pecho que arde. Nadie, créeme, nadie, arde hoy en día. Lo máximo que hace la gente es esperar calor pasivamente. Pero tú eres diferente, por eso me has gustado, y por eso te he amado desde la primera vez que te vi llenar el jarrón en la fuente.

El pescadero estaba confuso, como lo haría cualquier pescadero al sospechar que le han estado espiando. Sólo añadió, masticando las palabras:

Pensé que ésta era la primera vez que me veías.

Ella sonrió.

Era la primera vez que tú me veías a mí, cierto. Pero las cosas no necesitan que las veamos para que existan. Yo no necesité que tú me vieras.

Armando cerró los ojos un instante. Necesitaba comprender lo intangible, y todo el mundo sabe que eso sólo se puede hacer con los párpados bajados.

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