Foto: Marta Santos |
A las
nueve de la noche, cuando empezaba el atardecer, se reunían todas,
incluida la abeja reina, alrededor de una enorme pantalla de
televisión del tamaño de una palma de mano humana.
Bien
sentaditas en los panales, las abejas descansaban de un afanoso día
de trabajo polinizando flores y recogiendo néctar para convertirse
en espectadoras de series de televisión, programas o documentales.
Las
abejas eran felices así, permitiéndose esos pequeños momentos de
distensión para escapar de su rutina diaria en los que podían
asustarse, entusiasmarse o incluso llorar de la emoción al ver las
historias que la gran pantalla proyectaba.
Pero
un día, todo fue diferente. En la pantalla, con un contraste y un
brillo que resaltaban el tono amarillo de sus pelitos, apareció un
enjambre de abejas como ellas. Protagonizaban un anuncio de jalea
real en el que la abeja reina levantaba una cuchara rellena de
producto para ensalzar las virtudes de este.
—¡Hmmmm!
¡Tan rica como sana! ¡Jalea real: pruébala, no te arrepentirás!
—secundaba un niño humano que aparecía detrás de esta,
zampándose medio bote de jalea.
Como
el propio nombre del producto indicaba, las abejas se pusieron a
jalear el anuncio:
—¡Viva!
¡Ya era hora de que nuestra especie apareciera en la tele! —gritó
una obrera con madera de líder que se sentaba en las filas de
delante.
—¡Por
fin seremos famosos! —continuó un zángano, que estaba retirado
con los demás en las filas traseras.
—¡Nos
convertiremos en los reyes de la programación televisiva!—remató
la abeja reina.
Lo
cierto era que aquel anuncio había llenado de fantasía e ilusión
las mentes de aquellas plácidas abejas.
—¡Eh!
¿Y si hiciéramos nosotras un anuncio para la tele? —preguntó en
alto la misma abeja obrera que había jaleado el anuncio al
principio.
—¡Pues
sería una buena idea! ¿Y qué podríamos anunciar?—preguntó otra
abeja obrera, que era su hermana.
—¡Una
colonia! —respondió la misma abeja obrera, con rotundidad.
—¡No,
mejor, un cepillo de dientes! —contestó una abeja pequeñita que
se sentaba al medio.
—¡Un
coche! ¡Yo quiero anunciar un coche! —gritó desde atrás otra
zángano. Ante semejante algarabía, la abeja reina trató de imponer
paz.
—¡Silencio!
—pidió—. Lo someteremos a una votación.
Así
se hizo, y todas las abejas esperaron expectantes el domingo, día en
el que cada una tendría oportunidad de introducir una papeleta con
la temática del anuncio que iban a protagonizar dentro de una urna.
Se habían preparado muchas mesas para la ocasión, y el recuento de
votos fue tan organizado como les corresponde a estos animales.
El
resultado, en cierta manera, fue esperado: la propuesta ganadora fue
la del anuncio de colonia. De todas las opciones, era la que más
había estado resonando en boca de todas las abejas de la colonia, y
la que más ilusión les hacía a la mayoría. Así que las abejas no
lo dudaron más, y se lanzaron a la aventura: iban a rodar un anuncio
de colonia para la televisión.
El
primer paso era encontrar una marca de perfume que quisiera ser
anunciada por ellas. La tarea no fue fácil, pues a las marcas de
colonia humanas les era difícil confiar en unas abejas para anunciar
su producto. Solían confiar en chicas delgadas, o en chicos guapos,
pero casi nunca en abejas. En ese sentido, el desánimo fue una tarea
a superar muy importante por parte de la colmena.
Con el
primer rechazo, no sufrieron demasiado, aunque las llenó de
impaciencia.
—No
importa —se decían unas a otras—, a la primera nunca cogen a
nadie. Hay que llamar a más puertas.
Así
lo hicieron. Pero vino un segundo rechazo, y un tercero.
—La
insistencia es la mejor aliada. Nunca ganan los que se dan por
vencidos—razonaban entre sí. Sin embargo, el cuarto rechazo las
llenó de temor.
—Puede
que nunca nos cojan —sentenciaban las más pesimistas—. Nunca
ninguna colmena ha grabado ningún anuncio de perfume para
televisión. La idea es un poco descabellada.
—Alguna
vez tenía que ser la primera—respondían otras, más optimistas—.
Sigamos insistiendo.
El
quinto rechazo terminó por minar la moral de todo el enjambre. La
idea de que nunca iban a grabar ese anuncio fue adueñándose de sus
corazones, y ya estaban casi completamente convencidas de que nunca
podrían rodarlo, cuando la respuesta de la sexta marca de perfumes
les llegó.
—¡Albricias!—
exclamó la abeja reina, con el sobre aún en la mano—. ¡Eau
de Printemps nos
ha cogido, chicas! ¡Por fin vamos a grabar ese anuncio para la
televisión!
En dos
semanas, la colmena vivió un auténtico revuelo. Las abejas obreras
dejaron sus quehaceres polinizando hojas y fabricando miel para
ponerse a preparar trajes, guiones, escenarios, equipos de grabación,
maquillaje... Los zánganos también echaban una mano, y la abeja
reina se convirtió en directora.
Después
de cinco intensos días de rodaje, una pequeña grabación de medio
minuto de duración estuvo montada y lista para ser reproducida por
los canales televisivos. En ella, aparecía un plano general de una
colmena en incesante actividad. Después de un zoom, los espectadores
podían darse cuenta que las abejas no estaban fabricando miel, sino
una fragancia de un bonito color, que iban depositando en pequeños
tarros. Luego, cuando una cantidad respetable de tarros estuvo lista,
se enfocaba a la misma colmena llena de abejas que se miraban en sus
tocadores, poniéndose guapas antes de dedicarse a la faena de
visitar las flores, y rematando el proceso con un toque de Eau de
Printemps. El anuncio terminaba con un prado verde en el que
varias flores recostadas formaban una frase: Eau de Printemps, la
primavera más dulce directa a tu nuca.
Las
críticas del anuncio no se hicieron esperar. Mucha gente comenzó a
valorar la originalidad del anuncio y el trabajo en equipo de la
colmena, y el anuncio se volvió de los más vistos en Tútuves.
Algunos programas de televisión se mostraron interesados en realizar
una entrevista a las abejas que tan duramente habían trabajado y que
con tanto empeño habían perseguido su idea.
Las
abejas estaban que no cabían en sí de gozo. Algunas se dedicaron al
teatro y a la escena, o grabando películas y programas de
televisión, mientras otras, contentas con la experiencia, decidieron
retornar a su tranquila vida fabricando miel. Pero todas estaban muy
satisfechas de lo que habían conseguido.
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