Foto: Marta Santos |
Aparentemente,
todo iba bien entre ellas. La olla había sido cocinada a fuego lento
y todas estaban preparadas para que, de un momento a otro, surgiese
una cuchara de la nada que las transportase a su plato
correspondiente.
Sin
embargo, algo no marchó como debía. Fue un empujón de una patata,
o alguna palabra poco adecuada de una lenteja. Por todos es sabido
que las lentejas suelen usar un lenguaje muy ordinario e hiriente
cuando se enfadan, y que las patatas son un culo inquieto que no para
de moverse. Cualquier pequeño empujoncito de una patata pudo ser
fatalmente malinterpretado por una lenteja susceptible, y la guerra
estalló.
A la
lenteja ofendida se unieron el resto de las lentejas, que querían ir
todos a una como Fuenteovejuna para defender su clan, y a la patata
inquieta se le unieron el resto de patatas, que no podían soportar
ser atacadas por tener la cualidad de ser mucho más bailarinas que
el resto.
La
olla se convirtió en un hervidero, pero esta vez no tuvo nada que
ver con el tiempo de cocción. Los rifirrafes entre patatas y
lentejas se sucedían cada vez con más frecuencia, más bullicio y
menos espacio, y unas comenzaron a lanzarse encima de las otras. De
no ser por la tapa de la olla, muchas lentejas y muchos trozos de
patata habrían saltado por los aires y se habrían desparramado por
la vitrocerámica como consecuencia de la infantil refriega.
—¡Las
patatas sois el mal de esta sociedad! —gritaba una de las lentejas,
que tenía una voz atronadora que se escuchaba con mucha diferencia
por encima del resto— ¡Vuestro sinsabor no aporta nada a ningún
potaje, y vuestros hidratos de carbono son una saturación para el
organismo! Muchos alimentos tienen hidratos de carbono, pero, ¿y el
hierro? ¿Acaso tenéis vosotras hierro, que tan importante es para
combatir la anemia? ¿Poseéis acaso alguna vitamina que os haga
especiales e imprescindibles en la dieta? Además, sois un alimento
importado. Porque en la Edad Media se descubrió América y
decidieron traeros, que si no, no estaríais aquí. Sois
completamente prescindibles. Antes nade os conocía, y no pasaba
nada—la lenteja entonces hizo una pausa, pues una patata se estaba
poniendo muy, muy roja a causa de semejantes improperios. Estaba
temblando de la ira contenida, y no dudó en estallar:
—¿Pero
qué cochinadas me estás contando? ¡No vayas de listilla porque
para lo único que valéis vosotras es para coceros en potaje, pero
no valéis para nada más! ¿Quién come lentejas como aperitivo, o
como acompañamiento? ¡Nosotras cuando nos fríen somos las
estrellas de todos los piscolabis, rellenas hacemos un plato
principal por nosotras solas, y somos la guarnición perfecta para
cualquier plato! ¡Pueden cocernos, freírnos y asarnos! ¡Y no sólo
eso, sino que nos pueden usar para hacer crema de calabacín,
ensalada de patatas, y acompañamos para hacer potaje a las habas, a
los garbanzos y a vosotras! ¿Y dices que no somos útiles? ¿Lo
dices en serio? ¡Venga, demuéstramelo con los puños! —La patata
se estaba excitando demasiado, y por eso hasta sus propias compañeras
patatas procuraron retenerla.
Sin
embargo, tres de ellas no tardaron mucho en tratar de atacar ellas
mismas a la lenteja sabidilla que había estado hablando cuando esta
volvió a arremeter:
-¡Es
lo mismo! ¡Sois escoria! ¡Estáis en todas partes porque para algo
tendrán que utilizaros y es mejor que tiraros a la basura! ¡No sois
un alimento como Dios manda!
Ante
la perspectiva de que la lenteja se estaba pasando cada vez más al
insultar a las patatas, el resto de lentejas que la jaleaban al
principio optaron por callarse y hacerse a un lado. Veían a cuatro
patatas con cara de pocos amigos avanzar iracundas hacia ellas, y no
podían arriesgarse a que las hicieran picadillo. Las patatas eran
mucho más grandes y mucho más fuertes. La lenteja, al verse sola
provocando a las patatas, trató de huir.
Intentó
salir de la pota saltando hacia arriba, pero la tapa le impedía
acceder a su libertad. Entonces, como en un acto salvador, una mano
gigante retiró la tapa y hundió la cuchara en el potaje, llevando
consigo a la lenteja provocadora amenazada.
—¡Jorobaos,
matonas! ¡Que sólo sabéis contar con la fuerza! ¡Ahora os
quedaréis con las ganas de pegarme! ¡Ja, ja, ja! —La risita de la
lenteja era nerviosa, alterada pero consciente de que se acababa de
salvar de una paliza segura. Sin embargo, no le duró mucho.
En la
siguiente cucharada, la mano se llevó consigo a la patata más
iracunda.
—¡Nooooooooo!
—gritó la lenteja, corriendo por el plato adelante. Estaba siendo
perseguida por una patata frenética, llena de fuerza bruta y de muy
mala leche.
Más
patatas acabaron en el plato, y muchas más lentejas. Las patatas
eran mayores en tamaño, pero las lentejas las superaban con creces
en número. La lucha estaba muy igualada.
—¡Adiós,
mundo cruel! —exclamó la lenteja, quien, cansada de huir, optó
por tirarse del plato hacia la mesa, y a continuación, saltar otra
vez hacia el suelo.
—¡No
hagas eso, loca! ¡Nosotras vamos contigo! —Otras lentejas
decidieron sumarse en el acto, pues la guerra había vuelto a
propagarse pero esta vez con el plato como escenario, y aquella
situación era insostenible. Una tras otra, todas las lentejas fueron
cayendo del plato a la mesa, y de la mesa al suelo.
Las
patatas, arrepentidas, decidieron solidarizarse con ellas e
imitarlas. Habían comprendido que en las guerras no hay buenos ni
malos, que la culpa suele ser de los dos bandos, y no podían
soportar vivir por más tiempo sabiendo que aquellas lentejas habían
acabado estampadas contra el suelo por causa de su ira incontrolada y
de su poca amistad.
El
niño que estaba ante el plato contemplaba atónito la escena.
—¡Mamá,
mamá, la comida está saltando de mi plato al suelo!
— Pero,
¿será posible, Javier? ¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes
de inventarte tonterías y que te comas las lentejas, que son muy
sanas?
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