Ilustración: María Droco |
Lidia
tenía un serio problema.
Ella
no era una sirena, ni lo había sido nunca, pero tenía la extraña
facultad de convertir en sirena a cualquier persona. Ella lo llamaba
“sirenizar”. Sólo tenía que tocarle la punta de los pies, y esa
persona, fuese hombre o mujer, anciano o niño, quedaba
automáticamente convertida en sirena, y ya nunca más podía volver
a utilizar sus piernas.
Al
principio, esto les causaba una gran conmoción a ella y a la gente
sirenizada. No entendían muy bien el fenómeno, y de pronto, tenían
que verse apartados de sus trabajos y de sus actividades habituales.
Tenían que buscarse un medio ambiente completamente nuevo en el que
poder sobrevivir. Por eso al principio, la sirenización no fue
fácil.
La
primera tuvo lugar en sus clases de natación. Lidia estaba en la
piscina del Pabellón Municipal, aprendiendo a nadar. Ya sabía nadar
a crol, y ahora estaba comenzando a practicar la natación de
espaldas. Se sentía tan bien en este nuevo estilo, que la emoción
le embargó y comenzó a nadar muy rápido. Tanto, que con la punta
de los dedos de su mano alcanzó la punta de los pies del compañero
que iba delante de ella. Al momento, él se convirtió en un tritón.
Toda
la clase se sorprendió mucho, por supuesto, y se preguntaron qué
era lo que había pasado. El incidente no terminó de relacionarse
con Lidia hasta que le volvió a pasar lo mismo, esta vez practicando
el estilo mariposa.
Los
dos alumnos, ahora convertidos en tritones, tuvieron que adaptar su
vida a su nueva condición. Lo más complicado fue el no poder usar
sus piernas, por lo que fuera de la piscina tenían que pasar una
vida muy parecida a una persona que se hubiera quedado en silla de
ruedas. Utilizaban esta silla para casi todo, menos para las clases
de natación. Allí ganaron fluidez, pues la cola de pez los hacía
impulsarse mucho mejor en el agua.
Decidieron
entrenar duro, y a los cinco años, cuando les permitieron anotarse a
las Olimpiadas, ganaron un montón de medallas de oro, ya que la cola
les daba una ventaja especial. Algunos quisieron denunciarlos por
hacer trampas, pero lo cierto es que la cola era una parte de su
cuerpo y ellos no estaban tomando ninguna sustancia extraña ni
habían sufrido más transformación que aquel accidente en el que
Lidia los sirenizó.
Pero,
aparte de estos dos niños, Lidia siguió sirenizando a más gente.
Muchas veces era sin querer, pues, aunque sabía que era ella la que
tenía el poder para convertir en sirena, a veces se despistaba y
tocaba la punta de los pies de alguien sin querer.
Los
siguientes sirenizados fueron su abuela y un vecino. A su abuela la
convirtió una tarde en la que, debido a su artrosis y su dificultad
de movilidad, le había pedido a Lidia si podía cortarle las uñas
de los pies. Lidia, centrada en ayudar a su abuela, no se dio cuenta.
Cuando tocó con sus manos la punta del dedo de los pies de su
abuela, ¡pum! Ésta se volvió sirena. A ella no le importó mucho
en cierto modo porque ya había perdido bastante movilidad en las
piernas, y además ganó una destreza adicional para moverse en el
agua. A partir de ese momento, el llevar a la abuela a la piscina en
verano se convirtió en algo mucho más frecuente que antes. Era un
gusto comprobar la plenitud que desprendía cuando se desplazaba con
fuerza y elegancia por el agua gracias a su cola nueva. Parecía
otra.
A su
vecino lo convirtió una tarde que comían todos juntos en el jardín.
Éste tenía un hijo pequeño, que se divertía mucho jugando a la
pelota con Lidia. Al llegar la hora del postre, mientras los mayores
se perdían en sus disquisiciones, Lidia y Luis, el hijo del vecino,
cogieron la pelota y se pusieron a jugar. En un momento del juego, a
Luis se le desvió la pelota que le había lanzado a Lidia y ésta
cayó a los pies de la mesa de los mayores. Concretamente, a los pies
de su padre, que ese caluroso día había decidido llevar chanclas.
Cuando Lidia cogió la pelota, el vecino quedó automáticamente
convertido en tritón. La sorpresa de todos los comensales fue enorme.
Al principio no se dieron cuenta, porque al estar sentado no le veían
las piernas, pero cuando éste trató de ponerse de pie y se cayó de
bruces contra el suelo, todos pudieron contemplar la amplia cola de
pez que surgía de su cintura.
A
partir de ese momento, Lidia fue conocida como la gran sirenizadora
del país. El Ayuntamiento decidió construir una piscina donde
pudieran hacer vida los sirenizados, con una gran capacidad y una
amplia gama de actividades que podían practicar en el agua. Las
personas que Lidia convirtió en sirena por accidente llegaron a ser
quince, pero además se le sumaron otras cinco que viajaron desde
diferentes puntos del país porque habían escuchado hablar de la
extraña facultad de Lidia en las noticias y querían que ella los
transformara en sirenas. Decían que estaban cansados de sus vidas
como humanos y que querían probar algo diferente.
En
total, veinte sirenas se encontraron nadando y viviendo en aquella
maravillosa piscina que había construido el Ayuntamiento. Estas
sirenas se hicieron muy famosas. Fueron entrevistadas por multitud de
periódicos y revistas, las grabaron para muchos reportajes de
televisión e incluso llegaron a crear un programa sólo basado en su
experiencia diaria. Podía decirse que eran como monitos de feria
acuáticos. Casi no tenían privacidad ni vida propia, por lo que a
los tres años se prohibió todo espectáculo o actividad lucrativa
que utilizase a las sirenas. Sólo se le permitió la entrada en el
recinto a familiares, amigos o a personas acreditadas que quisieran
visitarlas simplemente para charlar con ellas una tarde.
Lidia
iba muy a menudo a verlas, pues al principio de todo, ella había
sido la causante de su condición de híbridos pez-humano. Era la
persona sin cola que más confianza tenía con ellas, y realmente la
consideraban una más de su grupo.
En una
tarde de confidencias, algunas sirenas le revelaron que estaban
hartas de vivir en esa piscina, que querían volver a tener piernas y
salir de allí. Era una vida muy relajada y divertida, pero añoraban
su hogar y algunas cosas que habían dejado atrás. Entonces Lidia
les dijo que ella no sabía cómo hacer para devolverlas a su estado
anterior, pero una tuvo una idea:
—Prueba
tocándonos la punta de la cola. Si tocando la punta de los dedos de
los pies nos convertiste en sirenas, el mismo proceso debería
suceder a la inversa.
A
Lidia le pareció una buena idea, y probaron. No obstante, algo muy
extraño sucedió:
De las
cuatro sirenas que habían pedido volver a tener piernas, sólo dos
lo consiguieron. Lidia tocó las puntas de las colas de todas, pero a
esas dos no les surtía efecto su poder. Ella probó, y probó, y
probó, pero no consiguió nada. Esas dos sirenas, apenadas,
siguieron con su vida en la piscina, mientras que las otras dos
lograron salir y volver a su vida de antaño.
Cuatro
meses después, Lidia descubrió que las sirenas que habían querido
salir y no habían podido, al final se habían adaptado tan bien a la
piscina que ya eran tan felices como las otras, sus compañeras con
piernas. Volvieron a disfrutar de la relajada vida de aquel lugar, y
no sólo eso:
Se
habían enamorado entre sí.
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