Ella
Foto: Marta Santos |
Ella estaba muerta.
No se sabía desde cuándo, pero
el hecho es que así era. Nadie se lo había dicho nunca. Ella vagaba por la
casa, sola, pensando en sus cosas, y de vez en cuando atravesaba las paredes.
Aunque no se daba cuenta.
Mascullaba su tristeza para sus
adentros, y desayunaba su melancolía a cucharadas. Gemía lo desgraciada que
era, y tan solo los muebles la escuchaban. Cuando alguien entraba por
equivocación en el que había sido su hogar, ella ni siquiera lo veía. La
puerta, clausurada para siempre por el que había sido su marido, estaba cada
vez más desportillada. Su deterioro hacía que cualquiera pudiese entrar a
husmear sin pedir permiso, profanando sus recuerdos.
Aunque ella no se daba cuenta.
Los pájaros anidaban entre las
tejas descolocadas del tejado. El musgo invadía las grietas más recónditas de
las paredes. Las telas de araña acampaban entre cada hueco. El estado de su
morada era realmente lamentable, pero ella no se daba cuenta.
Alguna vez, alguien se percató
de su presencia. Alguien, con extrema sensibilidad, se apercibió de sus paseos por
la vivienda. De su ir y venir errático. De sus suspiros temblorosos. Alguien,
alguna vez, supo que ella todavía estaba allí, anclada al pasado por
costuras que solo ella podía desatar. Ese alguien intentó susurrarle que
todavía tenía una oportunidad para estar viva, si caminaba hacia la luz.
Pero ella, una vez más, no se
dio cuenta.
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