El viento contaba historias
Ilustración: Marta Santos |
En aquel lugar, el viento
siempre contaba una historia con sus susurros. Si estabas atento o atenta,
podías discernir sus suaves mensajes rodeándote la oreja y narrando aquello que
solicitaste oír desde el fondo de tu corazón. A veces consistía en claves para
descifrar los sueños, en ocasiones desvelaba detalles de tu futuro o tu pasado,
y en la mayoría de circunstancias se trataba de historias que estaban pasando
en otros lugares del planeta.
Al viento le encantaba contar
ese tipo de cosas. Disfrutaba conectándonos a unos con otros, y viendo que nos percatábamos de lo que sucedía a nuestro alrededor cuando nos veía dispuestos a escuchar.
El viento y la luz eran lo
mismo. A veces el viento traía luz, otras, la luz era la que traía viento. Pero
casi nunca venían solos.
“La tierra simboliza la
materia, el cuerpo. El agua son las emociones. Yo, como aire, represento a los
pensamientos. Y el fuego es el símbolo del espíritu. Este es el secreto que me pediste
hoy saber, pequeña niña.”
María se divertía escuchando estos
mensajes. Siempre le solicitaba algo nuevo al viento, porque la curiosidad era
el alimento de su alma. Además, las historias que contaba el viento solían ser
tan maravillosas como reales. El viento nunca contaba la maldad del mundo. Para
eso ya estaban los telediarios. El viento prefería desvelar aquello que nunca
se desvelaba, el amor, los viajes, las caricias, las risas, las aventuras, las
locuras que desembocaban en nuevos avances para la humanidad, la esperanza, la
compasión.
El viento recordaba a los
olvidados, y también transmitía mensajes. Si alguien quería enviar algún recado
a la otra punta del mundo, el viento salía más barato que whatsapp, porque no
consumía datos. Además, el viento también era instantáneo. Y la mayor ventaja
de todas: el viento te recordaba quién eras de verdad.
Por todo ello, si los
habitantes de aquel lugar sentían una leve brisa, siempre se paraban a
escuchar.
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