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lunes, 9 de noviembre de 2015

Memories of nobody (Yerai Feijoo)

El relato de hoy es una colaboración de Yerai Feijoo.

Foto: Marta Santos
No tuve una vida fácil.

Nunca nada lo ha sido para mí. Una noche más, tumbada boca arriba en la cama, con los ojos abiertos como platos. No es que me preocupara demasiado no poder conciliar el sueño, pues era algo a lo que ya me había acostumbrado. Más bien me preocupaba que todo me preocupara.

Cuando era pequeña, mi padre y madre se separaron. No fue un divorcio fácil y yo tan solo tenía cuatro años. Mi madre lo pasó mal y yo pude sentir cómo se sentía ella misma, pese a haber sido tan pequeña. Recuerdo perfectamente aquellos días.

Mis padres discutían a menudo, tarde o temprano tendría que pasar. Mi padre, al parecer, se fue con otra mujer. Mi madre tardó mucho más en reconstruir su vida. Por suerte, el piso estaba a nombre de mi madre, pero el coche se lo llevó él. Si lo piensas, habíamos salido ganando al menos en cuanto a bienes materiales se refiere. En cuanto a daños sentimentales, probablemente mamá lo haya pasado peor.

Pasaron tres años, y me enteré de que mi madre se estaba viendo con un hombre. De alguna manera, había vuelto a recuperar su sincera sonrisa y parecía volver a ser la misma que era. Podía notar cómo su actitud y su estado cambiaban enormemente para bien. La relación les iba viento en popa y a los pocos meses el nuevo amor de mi madre se asentó en nuestro piso. Y no venía precisamente sólo. Tenía un hijo de la misma edad que yo. Su nombre era Eduardo.

Le odiaba. Era un criajo estúpido, repelente y malcriado al que le encantaba picarme y vaya si lo conseguía. Muchas veces me enfadaba con él e intentaba pegarle, pero él o bien se escapaba o conseguía hacerme rabiar más, y entonces la que acababa llorando era yo. Teníamos también algunos días buenos en los que nos llevábamos más o menos bien, pero tarde o temprano teníamos que enfadarnos y discutir, y normalmente él llevaba las de ganar. Harta de esta situación, le dije a mi madre que su nuevo novio no me gustaba, con el lenguaje que puede tener una niña pequeña de siete años, pero mi madre enseguida notó la verdadera razón por la que le decía eso. No soportaba a Eduardo. Mi madre me prometió que hablarían ella y su nuevo novio con Eduardo y que intentarían que se portara mejor conmigo.

Parece que la charla dio sus resultados. O más bien, dio algunos resultados. El chico seguía metiéndose conmigo, sin embargo lo hacía en menos ocasiones e incluso a veces me pedía un, no muy sincero, perdón. Un pequeño capullo, que se suele decir. Un pequeño capullo al que le estaba empezando a coger cariño de aquella manera.

Los años pasaron y la relación entre nosotros seguía con sus constantes tira y aflojas. Eduardo iba a un colegio y yo iba a otro completamente distinto. En ese sentido, cada uno tenía su vida formada y sólo nos veíamos en casa y poco más. Cada uno con sus amigos y su propia vida.

Fue entonces cuando empecé a oír hablar un poco de uno de los mejores amigos de Edu, un tal Pablo. Por lo poco que hablaba Eduardo, parecía que se llevaban muy bien y de vez en cuando venían a casa a jugar a la consola. Mis amigas y yo, en cambio, preferíamos salir a dar una vuelta y cotillear un poco. Más o menos lo que hacen las chicas a esa edad.

Cuando llegamos a 4º de E.S.O, nuestras riñas infantiles fueron desapareciendo dejando paso a los típicos piques entre hermanos. Bueno, hermanastros. Que si ahora me tocaba a mí ducharme, que si Eduardo ha cambiado el canal de la tele, que si Noelia ocupa todo el sofá… las típicas riñas entre hermanos.

Por aquel entonces, yo había empezado a salir con un chico de mi clase llamado Javier. No nos iba nada mal, pese a que mis amigas en el colegio me decían que era un macarra y no era buena compañía. Yo me preguntaba cuán macarra podía ser un niñato de 4º de la ESO, y pasé un poco de los consejos de mis amigos.

No tardé en aprender que tenían razón. Javier me hacía regalitos, me invitaba al cine y fingía que le importaba, cuando lo único que le importaba en este mundo era perder su virginidad, y yo era lo que tenía más a mano. Poco después me enteré de que lo realmente había hecho Javier era una apuesta con sus amigos para ver quien perdía antes la virginidad. Despreciable. Pero me di cuenta tarde.

Una noche, fingiendo cortesía y amabilidad, Javi me acompañó hasta el portal de casa. Era tarde y ya apenas había gente por la calle. Javier me cogió del brazo y yo, ingenua de mi, creí que estaba siendo romántico. No. Forzó mi brazo contra la pared e hizo lo propio con el otro. Empezó a besarme ferozmente y yo luchaba por apartarle la cara. Incluso empezó a manosearme groseramente. No podía gritar, pues tampoco me apetecía que todo el vecindario supiera qué pasaba, así que forcejeaba e intentaba empujarlo, pero su fuerza me podía. Por suerte, e inesperadamente, algo golpeó a Javier por la espalda. Cuando Javier se cayó al suelo, lastimado, pude ver que se trataba de Edu. A continuación, cogió a Javier, que apenas podía erguirse, y le echó fuera del portal, cuando éste ya se sostenía en pie. Quería agradecerle a Edu lo que había hecho, pero me cortó con un lacónico:

No me des las gracias.

Cuando estaba subiendo la escalera a casa, añadió:

Y ten cuidado con qué clase de tíos te juntas, que pareces tonta.

¿He dicho que ya no lo odiaba tanto? Lo corrijo. A veces era odioso. Era como volver al pasado y reencontrarse con aquel niño asqueroso y repelente que me sacaba de mis casillas. Sí, me había ayudado, pero no entendía sus comentarios.

Al día siguiente corté con Javier. No pareció importarle mucho, pero al menos sé que no consiguió su desagradable objetivo.

Al cabo de unos meses, las malas noticias volvieron a casa. La boda entre mi madre y su nuevo compañero sentimental se acercaba. A mi madre le había costado mucho tomar la decisión de volver a casarse, dado el fracaso que supuso su anterior matrimonio, pero finalmente se había convencido y estaba dispuesta a dar ese importante paso.

Días antes de la boda, al compañero de mi madre le diagnosticaron cáncer. Era demasiado tarde, y murió. Sumida en la tristeza nuevamente, mi madre cayó en la depresión. Yo intenté apoyarla en todo lo que pude. Ella iba al psicólogo, yo intentaba ser fuerte y luchar por las dos, al fin y al cabo ya era mayorcita para entender estas situaciones. He de confesar que me habría resultado imposible aguantar todo sin la ayuda de Edu. Nos apoyó a las dos, pese a que era él el que peor lo estaba pasado. Su padre había muerto, y aun así no sé de donde sacaba las fuerzas para darnos apoyo a mi madre y a mí. Quizá…no era tan insoportable como parecía.

Una noche, en que la situación me sobrepasó, tuve una interesante charla con Edu. Sentada en mi cama, mirando al suelo con la mirada perdida, Edu se acercó a mi cuarto y me preguntó qué me pasaba. Yo le dije que mi vida era un caos. Los tíos guarros se acercaban a mí, mi madre siempre recibía palos con los hombres, sea de una forma u otra… Le conté lo del divorcio de mis padres y todo. Él me tranquilizo, me abrazó. Me dio todo su apoyo. Es algo por lo que nunca le estaré lo suficientemente agradecida. Puede que fuera mi hermanastro, pero para mí eso solo era una palabreja, yo le quería como a un hermano. O quizá como más que a un hermano.

Cuando terminé mis estudios en la ESO, le propuse a mi madre cambiarme de colegio. Me confesó que ella también se estaba planteando esa posibilidad. Estaba pensando en inscribirme en el mismo colegio que Edu. Al fin y al cabo, ya nada me ataba a mi anterior colegio, sólo un ex novio cabrón. En cambio, mi mejor amiga permanecía en ese colegio, y eso sí que me dolía. Le prometí que seguiríamos quedando y viéndonos. Al fin y al cabo, no me iba de la ciudad ni nada. Tan sólo me cambiaba de colegio. Eduardo recibió la noticia con alegría y yo me sentía mucho más aliviada. Sabía que podía contar con él y tenerlo en el colegio era un seguro a todo riesgo.

Pocos días después de ingresar en mi nuevo centro escolar, me enteré de que Edu se estaba viendo con una chica. A decir verdad, no sólo se estaban viendo, sino que en los recreos estaban muy acaramelados, juntitos y besándose. Por alguna razón, no me gustaba nada la chica con la que iba Edu. No eran exactamente celos. Simplemente esa chica me daba mala espina.

Esa misma tarde, quedé con mi mejor amiga (al fin y al cabo cumplía mis promesas) y dimos una vuelta para contarnos las últimas noticias. Ella me contó que mi ex ya estaba otra vez con otra pobre incauta. Yo le dije que en mi nuevo colegio todo estaba bien por el momento y le conté lo del noviazgo de Edu.

¿Tu hermano sale con una tía?—preguntó, curiosa.
¡No es mi hermano! ¡Hermanastro, hermanastro!—corregí ya, harta de tener que hacer esa puntualización.
Lo que sea, Noe. ¿Tiene novia?
Eso parece. Al menos en los recreos se les ve muy apegados.
Y a ti eso te jode, claro.
No me jode solo por el hecho en sí, sino porque creo que la chica con la que está no es una buena persona.
¿Te has dado cuenta de lo que has dicho, Noe? “No me jode sólo por el hecho en sí…”—repitió recalcando la palabra sólo.
Vale…lo admito…puede que sienta algo por Edu.

Mi amiga empezó a sonreír pícaramente. Bajé la cabeza, roja como un tomate.

Cuando llegamos al centro comercial, vimos a una chica que a mí particularmente me sonaba mucho. Y estaba jugueteando con un chico, y no precisamente al escondite. La chica era la supuesta novia de Edu. El chico iba en mi clase, pero no recordaba su nombre. Le dije a mi amiga que esa era la novia de Edu y ella rápidamente dijo:

Vaya, vaya….interesante. Espera que saque el móvil.
¿Vas a sacarles una foto?
¡Claro, tonta! Así, si Edu no se cree que su querida amada es una guarra del tres al cuarto, tendrás una prueba.

Callé. Tenía razón. Sacó la foto y decidimos alejarnos del centro comercial.

No pude esperar ni veinticuatro horas. Esa misma noche, en cuanto Edu llegó a casa tras haber estado con su novia, le dije que tenía que hablar con él.

Fuimos a su cuarto, y a decir verdad, apenas hablé. Simplemente dejé el móvil tirado en la cama, con la foto puesta. Me apoyé contra la pared y le dije:

Ten cuidado con que clase de tías te juntas, que pareces tonto.

Sin más, me fui de su cuarto. Dejé que él mismo se diera cuenta de las evidencias. No tardó en venir a mi cuarto a contarme qué había pasado. Le expliqué que la habíamos visto en el centro comercial y que le habíamos sacado la foto para que vieras con que clase de gente se arrejuntaba. Me dio las gracias y me dijo que estábamos empatados.

La verdad es que no somos muy buenos en las relaciones, ¿eh?

Se rió.
No, deberían darnos un cursillo acelerado.
O quizá es que la persona con la que deberías estar está tan cerca que te cuesta verla.—dije, cabizbaja.

Eduardo no dijo nada. Y antes de que pudiera articular palabra, le dije:
Edu, desde hace tiempo…
¡No acabes la frase, Noelia!—me interrumpió.
Pero…
¡Que no, joder!
¿Qué te pasa? ¿Por qué?
¡Somos hermanos!
¡Que somos hermanastros, leches! ¡No hay vínculos de sangre!
Me dan igual los vínculos, Noe. Yo a ti te veo como una hermana a la que adoro, pero simplemente una hermana. No tengo atracción física por ti. Puede que no haya vínculos sanguíneos, pero sí emocionales, y muy fuertes.
Es decir…—empecé a hablar, cortada, llegando por mí misma a una clara y desafortunada conclusión.
Es decir, que sólo eso. Hermanos. Nada más.

Tras esas palabras, se marchó de mi cuarto. No sabría decir porqué, pero no le veía muy convencido de lo que decía.

Pese a todo, Edu se siguió portando igual de bien conmigo. Hacíamos coñas, reíamos, quedábamos con sus amigos, que me caían muy bien, y nos divertíamos mucho. A veces incluso se venía mi mejor amiga con nosotros.

Pero en el fondo de mi alma, no podía evitar pensar que el chico de mi vida se me había escapado por un estúpido vínculo no sanguíneo, llamado “cariño de hermano”. O, mejor dicho, “cariño de hermanastro”.

No iba a olvidarle fácilmente, ni quería. Y es difícil olvidar a alguien cuando lo tienes en casa todo el día y convives con él. El curso avanzó y, días después, ocurrió el accidente. El resto, como se suele decir, es historia.”

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