Con la tecnología de Blogger.

Creative Commons

lunes, 15 de diciembre de 2014

Muñeca y sus plumas

Foto: Marta Santos
Una calle fría y tranquila. Diciembre ya había entrado hacía días. La oscuridad recortaba algunas sombras de farolas contra el ladrillo de los edificios en silencio. Amenazaba con llover.

Muñeca miraba al cielo estrellado de vez en cuando, con sus ojos grandes y brillantes de color lila grisáceo. Andaba despacio, sin prisas, disfrutando del tacto del viento frío contra su inorgánica piel. Como todas las noches de invierno, atravesaba los barrios de la ciudad con rumbo a ningún lugar. Si algún cuervo se posaba sobre su hombro, ella sacaba una bolsa negra del bolsillo de su vestido blanco de flores violetas y le ofrecía unos cuantos granos de maíz correosos que sacaba con sus congelados y largos dedos articulados. El cuervo los devoraba en segundos, alzando el vuelo con majestuosa maestría y dejándole a Muñeca como regalo una o dos plumas negras, que ella depositaba en otra bolsita que guardaba en su vestido. Cuando llegaba a su casa, abría la bolsita con cuidado y colgaba todas las plumas recogidas esa noche en la pared de su habitación. Tenía ya tantas que cualquiera que la hubiese visto, diría que aquella habitación estaba envuelta en alas de cuervo.

Esa noche, sin embargo, ningún pájaro se había posado todavía en su hombro. En las calles sólo reinaban silencios como cristales rotos. Ni gatos buscando en la basura, ni gruñidos de borracho, ni aleteos majestuosos. Era la calma absoluta. El ojo del huracán. Todos los personajes que pudiera haber colocado en esa noche fría y tranquila, estarían en este momento observando a Muñeca desde la distancia. Porque el peligro, lectores míos, soplaba en su espalda. Y nadie querría acercarse a él.

Eres preciosa.

La voz de aquel hombre despreciable sonaba quebrada y desgarraba, quemada por años de adicción al tabaco y al alcohol. Su boca de dientes amarillos y podridos sonreía cruelmente, exhalando bocanadas de vaho con cada expiración fatigosa. Los ojos, plagados de venas enrojecidas, permanecían clavados en el hermoso cabello de Muñeca.
Ella se dio la vuelta. Sus ojos lila grisáceo coincidieron con los amasijos de venas que componían la mirada de aquel hombre.

¿Quieres algo?

Te quiero a ti.

Muñeca sonrió. La ligera curvatura que apareció en sus labios destilaba seguridad y elegancia, y no se parecía en absoluto a la mueca grotesca que se suponía que era la sonrisa de su acosador.

Sabes que no puedes tenerme. No dependo de tu voluntad.

El acosador ensanchó aun más su mueca, mostrando su dentadura decadente en toda su putrefacción.

Me parece que sí.

Y, como activado como un resorte, levantó la pistola que guardaba debajo de su abrigo sucio y raído. El cañón relució a la luz de las farolas, apuntando a la frente despejada de Muñeca.

¿Dependes ahora de mi voluntad, o todavía no? – pronunció insultante, con su voz quemada.

Muñeca no se inmutó. Tampoco sus labios dejaron de curvarse en aquella enigmática sonrisa.

No.

El acosador comenzó a inquietarse. Esperaba que ella gimiera pidiendo compasión, que sus ojos se abrieran de terror, que su frente se perlara de gotas de sudor, o tan siquiera que gritase pidiendo auxilio. Pero nada de eso sucedió. Muñeca seguía inmóvil frente a él. Retándole.

Te… te… volaré la cabeza, maldita.

La pistola comenzó a temblar.

Hazlo.

El hombre disparó.

No vio otra alternativa, y los nervios le sobrepasaron, así que disparó. El sonido del disparo rompió el silencio de la noche en millones de pedazos, y una bala surgió de la pistola que temblequeaba con la frente de Muñeca como destino. La bala rebotó con violencia contra ésta y luego cayó al suelo, provocando un leve tintineo al chocar contra la acerca congelada.

Muñeca seguía sonriendo.

¿Qué… qué coño eres tú? – balbuceó nervioso el violador que casi se convierte en asesino.

Una bala de goma no puede hacer nada contra una Muñeca de acero.

Ella comenzó a caminar, reduciendo la escasa distancia que los separaba, con la misma sonrisa que destilaba seguridad, aunque ahora empezaba a tornarse un tanto siniestra.

¿¡Qué haces!?


El violador que casi se convierte en asesino gimió pidiendo compasión. Sus ojos se abrieron de terror, su frente se perló de gotas de sudor y gritó desesperadamente pidiendo auxilio.

0 comentarios:

Publicar un comentario