Foto: Marta Santos |
Era el jefe de su barco, un marinero experimentado, y arrastraba lustros de navegación en alta mar. Tenía un parche en el ojo, un garfio en la mano derecha con el que agarraba por la chaqueta a todo aquel marino a sus órdenes que osaba desobedecer; una barba violeta (tal como su propio nombre indicaba); una melena larga, castaña y enredada con algún que otro piojo; unos dientes salteados (unos existían, otros se habían caído); unas mejillas sonrosadas de tomar ron; un aliento fétido a causa de este mismo ron; un sombrero grande y negro con una calavera; unos pantalones anchos a rayas negras y rojas; una chaqueta vaquera llena de pins de sus ídolos (como la Hello Kitty) y un pequeño aro dorado en su oreja izquierda. Menos por algunos detalles, era un pirata bastante convencional.
Podría
ser más convencional todavía si tuviera un loro como mascota, pero
lo cierto es que no lo tenía. No tenía ninguna mascota conocida,
aunque algunos de sus marineros sospechaban un poco cuando lo veían
bajar hasta su camarote, cerrar la puerta a cal y canto y comenzar a
hablar solo al cabo de un rato.
—O
hay alguien ahí, o el capitán se está volviendo loco —comentaba
el encargado de limpiar los cañones.
—Pero,
¿quién podría haber ahí? Es un camarote pequeño, como todos, y
ya es bastante que quepan una cama y un escritorio —razonó un
joven grumete.
—Puede
que el capitán tenga un niño. A lo mejor tiene un hijo y no nos ha
dicho nada — imaginó el que limpiaba la cubierta.
—¡Un
niño! ¿Lo habrá robado? ¡Se va a morir ahí encerrado! ¡No tiene
espacio para crecer! —se alarmó el vigía.
—No
seáis imbéciles. ¿Cómo va a tener un niño? Lo que ha de tener es
un prisionero. Seguro que es alguien importante, y no quiere que lo
veáis, porque sois una panda de memos —intervino el encargado de
la bodega.
—El
memo eres tú, “Sin Dientes”. No puede tener un prisionero
escondido ahí tanto tiempo sin que nadie lo vea. Necesitará comer,
e ir al baño, y que yo sepa nadie ha visto que alguien más aparte
del capitán saliera de su camarote, ni que bajara platos con comida.
Es muy probable que lo que esté ahí escondido sea un animal. El
capitán ha de tener una mascota, y por eso habla con ella —contempló
el cocinero.
—Lo
que dice “Cucharitas” es cierto. Seguro que es un animal. Un
gato, o un perro, o seguramente un loro —terció el encargado de
limpiar cañones.
—Un
loro. Seguro que es un loro. Todos los capitanes piratas tienen un
loro —opinó el grumete.
—A
nuestro capitán no le gustan los loros. No sé qué animal será,
pero seguro que no es uno de ellos. La última vez que abordamos a
otro barco pirata, el capitán Barba Violeta me mandó freír al loro
del capitán enemigo —expuso “Cucharitas”.
—Pues
entonces deberemos vigilar ese camarote si alguien quiere descubrir
quién es el interlocutor de nuestro capitán —decidió el
encargado de limpiar la cubierta—. Podemos hacer turnos. ¿Quién
se ofrece para ser el primero en ir hasta su puerta y escuchar?
Todos
se miraron los unos a los otros. Finalmente, “Sin Dientes”, el
encargado de la bodega, dio un paso al frente.
—Yo
me encargaré. Vosotros sois un hatajo de cobardes.
—Está
bien —aceptó “Pólvora”, el encargado de limpiar los cañones—,
pero has de mantenernos informados de todo lo que escuches y veas.
—Sin
problema —remató el desdentado marinero.
Acto seguido, se dispuso a bajar las escaleras que llevaban al camarote del capitán. Se mantuvo acechando a la espera durante hora y media, hasta que sintió unos pasos retumbando por las escaleras de madera. En efecto, era Barba Violeta. El marino, como solía hacer, se introdujo dentro y cerró la puerta tras de sí. “Sin Dientes” entonces se apretó contra la fina lámina de madera, y aguzó el oído.
Acto seguido, se dispuso a bajar las escaleras que llevaban al camarote del capitán. Se mantuvo acechando a la espera durante hora y media, hasta que sintió unos pasos retumbando por las escaleras de madera. En efecto, era Barba Violeta. El marino, como solía hacer, se introdujo dentro y cerró la puerta tras de sí. “Sin Dientes” entonces se apretó contra la fina lámina de madera, y aguzó el oído.
Al
principio escuchó pasos por la habitación. Luego, un cajón de un
armario que se abría. A continuación, algo se puso a rebotar contra
el techo, la pared, la cama, el suelo, el cristal del ojo de buey...
Parecía una criatura nerviosa, que hubiera estado encerrada mucho
tiempo en ese cajón que el capitán había abierto y que ahora
pudiera aprovechar para salir. Y ese ser debía de volar, porque si
no, no sería posible que rebotara contra el techo. Un gato o un
perro jamás podrían hacer eso.
Para
“Sin Dientes” estaba claro. El capitán tenía un loro. Así lo
pensó, y así lo atestiguó delante de sus compañeros.
—Barba
Violeta tiene un loro.
—Eso
es imposible —replicó “Cucharitas” —. Yo mismo he freído
bajo sus órdenes a un montón de loros de capitanes a los que
asaltamos. Los odia.
—Pues
ese animal tiene alas. Y si fuera un canario, ya estaría piando o
cantando. Y éste no decía nada.
—Pues
si fuera un loro, como dices tú, habría hablado, ¿no? Los loros
repiten lo que dicen las personas —rebatió el cocinero.
—Eso
es porque lo tiene siempre encerrado. Así es normal que no oiga la
voz de ninguna persona, así que por lo tanto no puede imitarla
—insistió “Sin Dientes”.
—Pero
el capitán le habla. Todos lo oímos. Le habla cuando está solo,
así que sí podría imitarlo —volvió a replicar “Cucharitas”.
—¡Bueno,
ya está bien! —les interrumpió el encargado de la cubierta—.
Basta de discusiones inútiles. Le preguntaremos directamente al
capitán si tiene alguna mascota, a ver qué nos contesta.
Justo
en ese instante, apareció el capitán detrás de aquel grupo de
hombres. Venía muy alegre, y escondía algo en las manos.
—Queridos
marineros, es hora de que conozcáis a alguien muy especial. Lo he
guardado con celo durante meses, pues, siendo sincero, no me fiaba de
vosotros. Sabía que si lo enseñaba demasiado temprano, alguno lo
robaría, o lo freiría, o lo aplastaría, o lo tiraría al mar.
Porque sois una pandilla de salvajes. Y yo, como capitán vuestro,
puedo dar buena fe de ello. Sn embargo, por su bien no puedo tenerlo
encerrado durante más tiempo, así que ha llegado la hora de que os
lo enseñe. Vais a conocer a mi animal de compañía, una criatura
maravillosa que pude rescatar de las brumas de Avalon... Se trata del
pez volador.
Acto
seguido, el capitán Barba Violeta abrió sus manos, y, como una
paloma, un gran pez de colores rojos, naranjas, verdes y azules salió
volando de ellas.
Los
marineros se callaron, atónitos. No podían creer tamaña maravilla.
El pez revoloteaba como un pájaro cualquiera, trazando círculos en
el aire, rodeando el mástil en espirales cada vez más altas y
bajando luego de nuevo para volver a posarse entre las manos de su
capitán.
—A
partir de ahora, lo dejaré suelto por todo el barco. Esta criatura
tan fantástica se merece libertad. Eso sí... Como alguien le haga
algo, le mato —Barba Violeta hizo con los dedos la señal de
rebanarse el cuello. Todos los marineros lo entendieron a la primera.
—Bueno,
parece que tenías razón... Quizá no era un loro lo que tenía el
capitán —zanjó “Sin Dientes”, guiñándole el ojo a
“Cucharitas”.
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