Foto: Marta Santos |
Los campos de trigo comenzaban a germinar con timidez, y los rayos de sol aprovechaban para colarse entre ellos y jugar un rato. Genaro se soltó de repente, impelido por su espíritu aventurero, y echó a correr:
—¡Vamos,
Victoria! ¿A que no me coges? —la alentó.
Victoria
sonrió y salió corriendo también. Sortearon los campos de trigo,
las praderas, los árboles... y, cuando Victoria estaba ya a punto de
pillar al chico, éste se paró en seco, terminando los dos en el
suelo revolcándose a carcajadas.
—Pero,
¿qué te pasa, gusano traidor? ¿Por qué te paras así de repente?
—le preguntó Victoria, casi ahogada por la risa.
—Es
un hada del bosque, que me ha llamado —le contestó Genaro,
riéndose también—. Bueno, a decir verdad, he escuchado una voz
por aquí...
—Venga,
hombre, deja ya de bromear. ¿Por qué te has parado en seco?
—Que
lo digo en serio, he escuchado una voz por aquí cerca... —el chico
se agachó y pegó la oreja al suelo, en un intento de localizar el
sonido—. Parece que viene de detrás de este árbol... Es una
vocecilla muy débil, como apagada...
Genaro
continuó rastreando por el suelo, a la búsqueda del origen del
sonido. Buscó y buscó, hasta que dio con una pequeña flor. Era una
margarita amarilla. Despacito, arrimó su oreja a sus pequeños
pétalos, y se mantuvo en silencio un buen rato. Al cabo de un rato,
se incorporó tan despacito como se agachó, y mirando fijamente a
Victoria, exclamó sorprendido:
—¡Las
flores hablan!
—Pues
claro que hablamos, ¿qué te pensabas? Todo en la naturaleza habla.
Otra cosa es que los humanos sepáis escuchar.
Esta
vez, Victoria se unió a Genaro en una mueca de sorpresa. Ella
también había oído la voz de la pequeña margarita. Ahora sonaba
más alto.
—Pero,
¿por qué no solemos oíros? —preguntó la chica.
—Porque
para ello se necesitan dos cosas —siguió hablando la voz—: la
primera está en la propia naturaleza, y se llama Polen de la Verdad.
Cuando éste roza el oído de un ser humano, la persona se vuelve
capaz de escuchar a las flores, a los árboles y al viento. Y la otra
se llama sexto sentido. Pero este último no muchos humanos lo tienen
bien desarrollado, con lo que la mayoría de los que nos pueden
escuchar es gracias a que, accidentalmente o a propósito, un granito
de Polen de la Verdad se ha posado sobre su oreja. Que es, por
cierto, lo que os ha ocurrido a vosotros.
—¡Caray!
—exclamó Victoria— ¿y es para siempre? Me refiero a que si
ahora que tenemos un granito de polen de ese en la oreja, vamos a
poder seguir escuchando a las flores toda la vida.
—No,
el efecto es pasajero. El viento os lo ha colocado en la oreja, y el
viento os lo volverá a quitar, tarde o temprano. Y si giráis
bruscamente, u os agacháis, o cambiáis de postura, la fuerza de la
gravedad también os lo arrebatará.
Esta
última voz sonó muy grave. No parecía la de la flor. Los chicos
buscaron el origen, pero no pudieron determinarlo con exactitud.
Hasta que, para ayudarles, la voz volvió a hablar:
—Estoy
un poco más arriba del suelo. Soy yo. Levantad un poco la cabeza.
En
efecto, la voz provenía de un viejo nogal que estaba situado tres
palmos por detrás de la flor. Si no fuera porque no tenía cara, los
chicos jurarían que los estaba mirando desde hacía rato. Esa
sensación recorrió sus nucas.
—No
os asustéis, sólo soy un viejo árbol. Ahora que un poco de Polen
de la Verdad ha caído sobre vuestros oídos, y que la margarita
amarilla ha logrado llamar vuestra atención, se me ocurrió que
quizás era hora de romper la monotonía y hablar con unos humanos.
El bosque, después de trescientos años, se vuelve muy aburrido,
¿sabéis?
—¡Pero
esto es maravilloso! —Genaro no podía ocultar su emoción—.
¡Estamos hablando con un nogal! ¡Hay tantas preguntas que tengo en
mente que siempre le quise hacer a los árboles!
—Pues
pregunta, hijo, pregunta. Ahora es tu momento. Aprovecha antes de que
el Polen de la Verdad se vaya tal como vino.
—Pues...
Pues... Por ejemplo, la primera es: ¿existen los gnomos y las hadas?
Es que de pequeño veía una serie que se llamaba “David el gnomo”,
en la que contaba la vida de los gnomos y en concreto la de David,
que era muy bueno porque curaba a los animales, y tenía a su esposa
Lisa, y vivían cientos de años y estaban en el bosque siempre y en
vez de caballo utilizaba a su zorro... Dime, hermano nogal, ¿existen
de verdad los gnomos? ¿Tú has visto alguno? Si es así, ¿cómo
son? ¿Son iguales que los de la serie?
—Por
supuesto que existen, pero los humanos jamás los podréis ver. Ellos
saben esconderse muy bien de vosotros. Nunca he visto esa serie, pero
puedo asegurarte que son pequeñitos, como humanos, pero del tamaño
de un dedo meñique vuestro. Tienen grandes gorros picudos, y viven
debajo de algunos de nosotros. Presienten muy bien a los humanos, y
huyen de ellos para que jamás puedan aplastarlos o hacerles daño.
Se alimentan de hierbas, hortalizas que cultivan y también raíces u
hojas de árboles.
—Pero...
¿por qué se esconden de nosotros? —preguntó, consternado,
Genaro. Victoria le puso una mano en el hombro. Ella ya sabía la
respuesta.
—Sois
unos salvajes con la naturaleza que os rodea. Contamináis, taláis,
quemáis y destruís. Con vuestros propios animales domésticos sois
muy crueles a veces, ¿y aún te preguntas por qué los gnomos huyen
de vosotros?
—Vaya,
qué lástima... ¿y no habrá algún polen raro con el que los
podamos ver?
Del
árbol salieron lo que parecían unas carcajadas. Graves y
cavernosas, resonaron por todo el prado.
—Lo
siento, amigo mío, pero no es tan fácil. Lo que sí te puedo decir
es que, en algún lugar diferente a este, en algún otro plano,
quizás puedas verlos algún día.
—¿Y
las hadas? ¿Qué hay de las hadas? ¿Existen también ellas?
—intervino Victoria.
—Sí,
existen igualmente, pero su misión es diferente a la de los gnomos.
Ellas hablan, escuchan, cantan, bailan... Pero lo hacen todo en el
aire. Ellas viven volando. Van de una rama a otra, son como destellos
que fulguran a veces en el aire. No necesitan esconderse porque son
transparente, invisibles. No se las siente a no ser por la corriente
de viento en la que se desplazan. Cuidan de las plantas, de nosotros,
de las flores... Llevan gotas de rocío en sus alas. Son muy
hermosas.
—Pero
si son transparentes, ¿cómo puedes decir que son hermosas? ¿Acaso
los árboles podéis ver lo transparente? —inquirió Genaro, un
poco molesto ante la perspectiva de quedarse sin ver a sus queridos
seres mágicos.
—Más
de lo que crees, amigo, más de lo que crees... —respondió,
enigmático, el nogal.
—Creo
que este árbol es un poco petulante —sentenció Genaro—. Vamos,
Victoria, vamos a hablar con la margarita. Ella era más maja.
Genaro
volvió la cabeza hacia atrás, y vio a su novia recostada sobre la
hierba, con la cara apoyada sobre la mano derecha. Ya hacía tiempo
que estaba dialogando con la margarita. Consternado, se sentó a
escuchar, pero no oyó nada.
—¿De
qué habláis? Yo no oigo nada.
—De
las hadas, ¿no la escuchas? Me está diciendo que su mejor amiga es
un hada. Que todas las mañanas viene a posarse sobre sus pétalos
cuando salen los primeros rayos de sol. Que cuando la mañana deja
gotas de rocío sobre sus hojas, ella salta y chapotea sobre ellas y
luego se las bebe a sorbos. Es una historia preciosa...
—Pues
yo no la oigo. ¿Será que se me ha caído el granito del Polen de la
Verdad?
—Puede
ser —confirmó Victoria. Porque ella ahora mismo está hablando.
—Vaya...
¡no puede ser! ¡Yo quería preguntarle sobre lo que dicen que el
viento habla con las plantes y las flores y los árboles!
Victoria
se encogió de hombros.
—Si
quieres se lo pregunto yo. Margarita, ¿es cierto que el viento habla
con vosotros?
Se
hizo un silencio.
—Caramba,
pues yo tampoco puedo escucharla. ¿Se me habrá caído a mí también
el granito de polen? ¡Margarita, margarita! ¡Por favor, contesta!
—Victoria agachó aún más su cabeza, pero un gesto de decepción
volvió a adueñarse de su cara—. Pues nada, parece que yo tampoco
podré oírla...
Victoria
se puso de pie, mientras Genaro le pasaba el brazo por los hombros.
—La
próxima vez será. Vendremos mañana, y pasado, y el día
siguiente... Vendremos todos los días, y si no se nos vuelve a posar
un grano de Polen de la Verdad en la oreja, entonces desarrollaremos
nuestro sexto sentido. Pero los volveremos a oír hablar.
Victoria
desplegó una sonrisa que volvió a despertar al sol.
—Eso
tenlo por seguro.
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