Él
siguió sonriendo, como había hecho siempre. No había momento en el
que él no sonriera.
—Sabes
que tienes alas –insistió—. Es hora de que por fin las veas. Has
de elegir verlas. Has de sentirlas. En realidad, nada cambiará sino
lo haces, porque la verdad es la que es y no puede ser cambiada. Pero
tú seguirás siendo infeliz. Y ahora ya no quieres seguir ese
camino. Lo has probado antes, y has visto que no es el que en
realidad deseas.
—Vale,
ya está bien. Me has estado hablando desde la oscuridad de los
tiempos, siguiéndome a cada paso que doy, en cada relato que
escribo, en cada sueño que tengo. Ahora ya ha llegado el momento de
saberlo de una vez. Es hora de que todas las verdades sean reveladas,
pues como tales, no pueden permanecer ocultas por más tiempo. Dime,
¿quién eres tú?
Ella
observó la perfección de su piel desnuda y transparente, el brillo
que su cuerpo emitía, y esperó una respuesta. Quería saber qué
era todo aquello de las alas. Quería saber quién era él, aquel ser
tan perfecto, aquel ángel alado que siempre le sonreía.
—Yo
soy tú.
La
sonrisa nunca dejaba de resplandecer. Y ella, por fin, comenzó a
dejarse envolver por su brillo.
— Soy
lo que en realidad eres, tu Yo más profundo, el inconsciente del que
hablan todos los psicólogos y el alma del que hablan todas las
religiones.
Ella
no dijo nada. Debía escucharlo por fin; por fin había decidido
hacerlo.
—Te
he estado hablando continuamente, una y otra vez, porque tu destino
es el mío. Tú eres yo, mi mitad femenina, mi mitad física; una
parte de lo que he elegido ser. Tú también eres sonrisa, alegría,
amor, un ángel. Te lo has estado negando desde lo que tú has
llamado “oscuridad de los tiempos”. Pero ya es hora de que
comiences a despertar.
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