El
gusano mordisqueaba poco a poco su hoja de lechuga. A menudo se
sentía incómodo, inquieto, y algo se revolvía en su interior. No
lograba discernir qué era lo que le pasaba, pero sabía que
necesitaba un cambio en su vida. Estaba cansado de arrastrarse día y
noche sobre la tierra y la hierba sin nada más a lo que aspirar, y
cada día era como una losa que se cargaba pesadamente sobre su lomo.
—Deberías
recolectar granos de arroz, o pipas, o lo que sea. Si dedicases tu
tiempo a aprovisionarte de comida, no tendrías tanto tiempo de
perderte en pensamientos que no te llevan a ningún lado. Tu problema
es la inactividad —le recomendó su amiga la hormiga. El gusano le
agradeció el consejo.
Sin
embargo, él se sentía cómodo comiendo lechugas. No quería
acumular montañas y montañas de comida que luego se pudrirían.
Prefería coger de la naturaleza sólo lo que necesitaba. Y amaba
perderse por sus propios paisajes mentales para poder construir su
propia visión de la realidad.
Foto: Marta Santos |
—A
ti lo que te falta es brillar —opinó en cambio la luciérnaga—.
Te entiendo, porque yo por el día soy un insecto vulgar y feo como
tú. Pero por la noche me ilumino y soy la envidia de los demás
insectos. Ningún otro me hace sombra. Tú eres un gusano especial,
deberías encontrar la forma de brillar.
El
gusano agradeció también el consejo de la luciérnaga, pero tampoco
se sentía cómodo siendo el centro de atención. A él le gustaba
arrastrarse libremente por donde quisiera, y percibir toda la riqueza
de la naturaleza que se abría a su alrededor. Prefería ser el
observador antes que ser el observado.
—Vístete
con bonitos colores —terció la mariquita—. Trabaja un andar
refinado y no te arrastres, y conseguirás ser precioso y perfecto.
El
gusano, cómo no, le dio las gracias a la mariquita por su consejo.
Ella parecía feliz, al igual que parecían felices la hormiga y la
luciérnaga. No obstante, su aspecto no era lo que más le
preocupaba. Sabía que trabajar en él no lo aliviaría. Y aunque no
quería arrastrarse, tampoco se sentía cómodo copiando los andares
de la grácil mariquita. Él ansiaba volar, pero sabía que era un
gusano y jamás podría hacerlo.
La
pesadez en su estómago y en su alma se iba acumulando en el ánimo
del gusano. Su apetito disminuía alarmantemente y los días
transcurrían sin hallar una solución a su malestar. Sufría en
silencio porque le daba la sensación de que nadie lo comprendía,
así que comenzó a alejarse de sus amigos insectos poco a poco.
Hasta que un día, llegó una mantis religiosa.
—Tu
actitud es indolente y vergonzosa. Te arrastras como el más ridículo
de los bichos, y tu aspecto es asqueroso. Contemplar tu inmundicia me
da hasta pena. Si quieres, te haré el favor te copular contigo y
devorarte después. Deberías hasta agradecérmelo, porque no creo
que nadie más se preste a hacerlo.
El
gusano cayó en una profunda depresión. Se aisló completamente del
resto de insectos y se construyó un caparazón que lo protegiese del
exterior, de la saturación de ruido e insensibles opiniones de los
demás. El gusano pasó días y noches en completa soledad. Quería
ser él mismo y se aceptaba tal y como era. Incluso se creía capaz
de llegar a ser mejor todavía.
Al
otro lado del caparazón, escuchaba los comentarios que sobre él
vertían los demás insectos. En ese momento comprendió más que
nunca lo tangible y denso de su aislamiento.
—Ese
gusano es raro y antisocial — decían—. Después de lo inmundo de
su carácter y aspecto, no sé cómo se permite el lujo de alejarse
de nosotros, que somos los únicos que lo hemos querido a pesar de la
repugnancia que suscita. En fin. Dejadlo que ya vendrá arrastrándose
a nosotros, por la cuenta que le trae.
El
gusano se topó de bruces con la cruel realidad: los demás insectos
nunca lo habían entendido porque nunca habían tenido la pretensión
de hacerlo. En realidad, sólo querían que los imitara y adulara,
que reconociese que su condición de gusano era horrible y que le
convendría adoptar el camino que ellos habían elegido para sus
propias vidas. Querían demostrarle su superioridad, y nunca habían
estado dispuestos a aceptarlo tal y como era.
La
soledad, en ese entonces más que nunca, se convirtió en su mejor
amiga y en su mayor aliada. Ella le mostró con claridad que no
estaba mal ser un gusano, que mordisquear hojas de lechuga y observar
la naturaleza eran auténticos momentos de felicidad. Comprendió
entonces que la vida se esconde en los pequeños detalles, y que él,
por sí mismo, podía decidir lo que quería hacer con ella.
Un
día, los insectos escucharon unos ruidos extraños que provenían
del caparazón del gusano. Habían pasado semanas elucubrando teorías
y especulando acerca de qué era lo que pasaba por la mente del
gusano, así que la inminencia de noticias nuevas sobre él produjo
una gran expectación.
Allí
congregados, aquellos insectos observaron lo imposible. De la
crisálida surgió un maravilloso y arrebatador insecto alado,
provisto de los más brillantes y espectaculares colores que hasta la
fecha habían podido contemplar.
Sin
mediar palabra, la recién nacida mariposa se alzó majestuosamente
ante sus ojos y se alejó volando hacia las copas de los árboles.
Del
gusano nunca más supieron.
Sé
siempre tú mismo elevado a la máxima potencia, independientemente
de lo que los demás te digan. Y piensa que cuando pisas a un gusano,
pisas a una mariposa.
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